Necesidad de hacer oración
Hay que orar. No solo hablar de oración o decir que hay que orar. Hay que hacer oración. Es una ingenuidad afirmar que toda la vida es oración o que la acción evangelizadora es oración. Las cosas son lo que son. Es cierto que el Espíritu puede y debe animar toda nuestra actividad. Es verdad que hay que ser «contemplativos en la acción». Pero no hemos de desdibujar el valor y la originalidad específicos de la oración.
Por eso mismo tampoco hemos de convertir la oración en estrategia para ninguna otra cosa. La oración es para orar. Lo que hemos de buscar en la oración es el encuentro interior con Dios, la apertura a su Misterio, la acogida de su Presencia en nosotros. Presentir a Dios, acogerlo, invocarlo, estar con él, gozar de su presencia, alabar su grandeza, cantar su gracia, vibrar con su amor. Para eso es la oración.
El papa Francisco nos ha advertido: «La vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio, pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora» (EG 78).
Manifestaciones de una oración específicamente cristiana
Experiencia de un Dios bueno: No se trata de aprender cosas sobre Dios, sino de encontrarnos con él, Misterio de amor insondable. Nos recogemos en la oración para saborear a Dios viviendo la invitación del salmo: «Gustad y ved qué bueno es el Señor» (Salmo 34,9).
Amor al hombre y la mujer de hoy: La experiencia de Dios nos llevará siempre a preocuparnos de sus hijos. Dios ama apasionadamente a los hombres y mujeres de hoy. Los entiende, los acoge, los perdona, busca para ellos un futuro siempre mejor y quiere su salvación.
Cercanía a los increyentes: Quien acoge en sí mismo el amor de Dios mira con simpatía inmensa a todo ser humano, también a quienes caminan por la vida con aire indiferente o incrédulo. Somos hermanos. Hijos del mismo Padre. También en ellos actúa el Espíritu. Todos caben en el corazón de Dios.
Enviados a los pobres: El papa Francisco nos lo ha recordado con claridad: «Estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos» (EG 198).
Audacia para evangelizar: Son bastantes los que perciben hoy la tarea evangelizadora como excesiva y desproporcionada para nuestras fuerzas. No se nos pide un esfuerzo por encima de nuestras fuerzas; el Espíritu de Dios está actuando ya en el corazón de todos sus hijos antes de que nosotros empecemos a organizar nuestra pastoral. Lo que se nos pide es colaborar en la acción salvadora que Dios está llevando a cabo en la historia.
La aceptación de la cruz: El Evangelio siempre encuentra resistencia en el mundo y en la misma Iglesia. Por eso no es extraño que quien participa en la misión de Cristo se encuentre más de una vez con el rechazo, la crítica o el conflicto. No hemos de sorprendernos. La evangelización no se lleva adelante mediante la fuerza, el poder o el éxito, sino en la debilidad y la pasión. Necesitamos orar para asumir las nuevas cruces de la evangelización hoy.
La comunicación de la esperanza: La esperanza cristiana nace del vivir «arraigados y edificados» en Jesucristo (Colosenses 2,6). Como dice Pablo, lo importante es que el «hombre interior», que vive de la fe, no se desmorone. «Aunque nuestro exterior se vaya desmoronando, nuestro interior se renueva de día en día» (2 Corintios 4,16). Necesitamos una oración que alimente nuestra esperanza.
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA, 4. Caminos de evangelización, capítulo 5