Si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que Dios no quiere la muerte, sino la vida del ser humano. La resurrección de Jesús es experimentada como la reacción y protesta de Dios contra un mundo de injusticia, violencia y sufrimiento que conduce fatalmente a la muerte. A la luz de la experiencia pascual se les desvela mejor a los discípulos el sentido de la vida y de la muerte de Jesús, la orientación de fondo de su mensaje y de sus luchas. Todo está al servicio de la vida: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Este es su objetivo ultimo:
Renovar la vida, transformarla, hacerla más digna y dichosa para todos, luchar contra todo lo que bloquea, degrada o mata la vida, instaurar en el centro de la vida el amor y la justicia, y ampliar hasta el infinito su horizonte, ampliarlo hasta la vida eterna del mismo Dios.
Los cristianos olvidamos fácilmente que Dios ha resucitado al crucificado. La resurrección de Jesús no es solo lo que Dios hace con un muerto, sino lo que hace en una víctima injustamente asesinada. Esto tiene consecuencias importantes.
No se entra en la dinámica de la resurrección desde la evasión o el olvido de las víctimas, menos aún desde la instrumentalización de su sufrimiento, sino desde la solidaridad y la participación en su crucifixión.
No basta solidarizarse con los crucificados. Hay que luchar contra la injusticia que produce víctimas.
Esto exige, antes que nada, “saber mirar la realidad desde el sufrimiento injusto que se produce hoy en el mundo”. Es en ese sufrimiento donde aparece objetivado el pecado y donde se desvela el funcionamiento perverso de mecanismos y poderes, que se quieren legitimar como justos.
La actuación de Dios resucitando a Jesús abre la historia a un horizonte de esperanza, no de amenaza. La resurrección coloca todas las luchas, esfuerzos y trabajos en un horizonte diferente. La aniquilación de la muerte está ya en marcha. La justicia de Dios tiene la última palabra. Nosotros estamos todavía de camino, pero el Resucitado es ya “el corazón del mundo”, la energía secreta que lo atrae todo hacia la Vida definitiva.
Vivir la esperanza del Resucitado se muestra en tres rasgos fundamentales:
La libertad: La Iglesia está hoy necesitada de personas que pierdan el miedo, creyentes capaces de poner nombre concreto y de luchar contra lo que mata la vida humana fuera y dentro de la Iglesia.
La alegría y la paz: Sin alegría no es posible amar, luchar, crear o vivir algo grande. Sin alegría es imposible la celebración cristiana.
Disponibilidad para asumir la persecución y el martirio: Quien cree en el Resucitado, quien lucha por la vida del ser humano y ama a los crucificados está dispuesto a correr su mismo destino.
José Antonio Pagola, La llamada de Cristo (Pastoral renovada)