La parábola del hijo pródigo o, mejor aún, del Padre misericordioso, es una de las más significativas de las enseñanzas de Jesús y fue escrita, en exclusiva por Lucas (15,1-3.11-32), para enseñarnos la grandeza de la Misericordia de Dios.
Bastante se ha escrito sobre la modificación del nombre que debe darse a esta parábola relacionada, diría yo, con el personaje central de la misma.
¿Es el hijo menor el protagonista, o el Padre? Quizás podamos decir que es intrínseca la dependencia de los dos personajes para determinar la enseñanza que se quiere dar.
Pero, una de las cosas que debemos de tener en cuenta, en todas las enseñanzas de Jesús, es la actualidad de las mismas, qué nos dice Jesús hoy.
Veo una especie de “amortiguar” el efecto real de esta lección en ubicarla –en las explicaciones– en el tiempo de Jesús, es decir: podemos actualizar la enseñanza al explicar que en nuestra vida actual tiene total vigencia y que no es necesario recurrir a los fariseos y escribas para encontrar un lugar propicio donde leerla.
En la actualidad estos personajes son vigentes, con nombres distintos, pero con sus mismas características y el tema de los dos hermanos están presentes en todo nuestro entorno.
Quizás son muchos los “hermanos mayores” que viven convencidos de su lealtad al Padre, cumpliendo con todos los mandatos y disposiciones que ellos mismos se han impuesto –o les han hecho creer–, sin reconocer que son incapaces de escuchar las palabras y gestos de arrepentimiento, o necesidad, de tantos hermanos que se acercan al Padre con un corazón contrito y con la intención de, incluso, acercarse al “hermano mayor” para pedir ayuda y comprensión.
Esos “hermanos mayores”, que seguramente somos muchos, no tienen la grandeza de aceptar a las personas que vienen y que necesitan amor, y lo piden, y lo buscan, y también lo dan. Ellos son los refugiados, los enfermos, los presos, los drogadictos, las personas solas y (o) mayores… y tanta gente que nos rodea. Solemos aportar unas monedas, que nos sobran, para calmar nuestras conciencias (que no son las monedas de la viuda del Evangelio).
Quizás, cobijados por la certeza de “vivir” con el Padre, unidos al Padre, se distancian ensoberbecidos en una realidad de “cumplir” con Dios, de adorarlo y alabarlo sin mirar a su alrededor donde está el mundo necesitado.
Hoy debemos de unirnos a Jesús en la Misericordia y en el amor al prójimo, puente indispensable para estar en Dios, en estos tiempos donde el egoísmo ocupa tanto espacio de la vida diaria.
En una corta representación de esta parábola, que hicieron en nuestra comunidad en la ciudad de Frankfurt (Alemania), un grupo de jóvenes confirmandos han dado una respuesta hermosa: terminaron la representación con un abrazo entre los hermanos. Emocionante final que, creo, Jesús también lo habría aplaudido.
Eugenio Urrutia
Grupo de Jesús de Frankfurt