ACOGER EL MISTERIO DE DIOS EN LA NOCHE
Sin experiencia de Dios no habrá creyentes
Ya no basta una pertenencia más o menos pasiva a una Iglesia ni la supuesta adhesión a un conjunto de verdades religiosas transmitidas tradicionalmente; no es suficiente la aceptación de unas normas de conducta ni la práctica social de unos ritos. La actual crisis religiosa está haciendo inviables estas reducciones de la fe, a las que estábamos demasiado familiarizados, y nos está colocando ante la verdad primera y radical. Para ser creyente, el individuo ha de descubrir que «es un ser con un misterio en su corazón que es mayor que él mismo».
Este «movimiento de trascendimiento» que lleva a la persona a dejar de vivir ante sí misma y ante su propio deseo para existir ante Dios y desde Dios es el núcleo de lo que llamamos «experiencia de Dios».
El nihilismo, nueva apertura al misterio de Dios
La «muerte de Dios» está mostrando en toda su desnudez «la voluntad de poder» del hombre, pero ¿no está también dejando al descubierto su fragilidad radical? ¿No está fracasando la voluntad de sustituir a Dios? ¿Puede ser el hombre «lo fundante»?
El nihilismo moderno está desenmascarando nuestros ídolos y falsas imágenes de Dios, y también nuestras inconfesables manipulaciones de lo divino. Nos está colocando también a los creyentes en la alternativa de tener que buscar a Dios desde nuestra «debilidad radical», sin apoyos seguros ni razones humanas ciertas.
Lo que realmente puede conducir al hombre moderno, sumido en esa quiebra, hacia el misterio de Dios no es la adquisición de una luz segura que desafíe todas las dudas, sino el despertar de una confianza sin límites.
Acoger a Dios en la secularidad de lo cotidiano
Dios nos viene al encuentro en lo oculto de esa vida de cada día, hecha por lo general de experiencias banales o rutinarias, de ocupaciones y deberes monótonos, de gozos y sinsabores, de encuentros y experiencias múltiples.
Quien acoge su propio «ser hombre» con respeto, paciencia, amor y confianza ilimitada está acogiendo al Misterio del que nos estamos recibiendo y que nos constituye.
Cuando la fe en Dios no brota desde una determinada «religiosidad» es necesario despertarla desde la vida misma. Solo después será posible el acceso a la religiosidad iluminada ahora por una luz nueva y sorprendente.
Buscar a Dios en el Crucificado
Está emergiendo una cultura nueva, indiferente al «Dios omnipotente», pero que todavía tiene oídos para escuchar a testigos y buscadores de un Dios de rostro renovado: un Dios Amigo y Amante; enamorado «hasta el extremo» de cada ser, servidor humilde de sus criaturas; venido hasta nosotros «no para ser servido, sino para servir»; con capacidad infinita para compadecerse, comprender y acoger a todos; un Dios que no cabe en ninguna religión ni Iglesia, pues habita en todo corazón humano y acompaña a cada ser en su desgracia…
Bajar de la cruz a los crucificados
Si Dios hace suyo el grito del «hombre doliente», en ningún lugar lo podremos escuchar mejor que en el grito de los crucificados. El lugar por excelencia del encuentro con el misterio de Dios es el acercamiento servicial al que sufre.
Esta es la Buena Noticia que el cristianismo ha de anunciar en estos tiempos de crisis religiosa: «La cuestión de la salvación no consiste ya en buscar un Salvador y reconocerlo como tal, sino en preocuparnos de aquellos que padecen necesidad y reconocerlos como alguien que tiene derechos sobre nosotros».
En la «atmósfera posmoderna» en que ya no se admiten principios, verdades ni certezas absolutas, cuando todo es fragmento e interpretación, y la voz de los pensadores y predicadores queda ahogada en la indiferencia y el relativismo total, tal vez este mensaje sea el único que puede ser portador de sentido y trascendencia: Dios es esa presencia amorosa, oculta en lo profundo de nuestra existencia, que nos invita calladamente a cuidarnos unos a otros con amor.
El mensaje cristiano, que «ya no es creíble en el mundo posmoderno», solo tocará el corazón del hombre de hoy si ve a la Iglesia «al servicio de la humanidad doliente y amenazada».
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA
2. Anunciar a Dios como buena noticia, capítulo 2