La liturgia del perdón
Desde el comienzo hemos de entender la eucaristía como lugar de perdón, pero también como experiencia que nos ayuda a convertirnos de nuestras injusticias y a concretar nuestro compromiso cristiano.
Esta liturgia penitencial nos pone en contacto con nuestra vida real de injusticia, desamor e insolidaridad y nos recuerda las contradicciones que se dan entre nuestra celebración cristiana y nuestro comportamiento real.
La liturgia de la Palabra
Es el momento de escuchar no nuestros intereses egoístas, nuestras justificaciones o nuestra indiferencia, sino la Palabra de Dios, que sacude nuestras conciencias y puede introducir un profundo cambio en nuestras vidas.
Escuchar la Buena Noticia de Jesús es preguntarnos concretamente qué luz arroja sobre nuestra vida individual y colectiva, a qué compromiso concreto nos urge, qué esperanza puede despertar hoy en los pobres y desheredados de la tierra. La escucha de su Evangelio nos ayuda a discernir desde qué actitud y desde qué compromiso de amor y justicia vamos a compartir la cena del Señor y a comulgar con el Resucitado.
La oración de los fieles
Esta oración de toda la comunidad creyente reunida para celebrar la eucaristía nos permite evocar las injusticias, abusos, conflictos, marginaciones y miserias que deshumanizan a las personas y a los pueblos.
No es Dios el que necesita ser informado de todo ese sufrimiento. Somos nosotros los que tenemos que tomar conciencia del mismo. No es Dios el que tiene que cambiar, reaccionar y «hacer algo» por esos hombres y mujeres; somos nosotros –la comunidad allí reunida para celebrar la eucaristía– los que hemos de cambiar y acercarnos a ese sufrimiento en actitud servicial y solidaria.
La presentación de las ofrendas
Antiguamente, este era el momento en que los creyentes presentaban sus ofrendas y aportaban los bienes que más tarde serían compartidos para ayudar a los más pobres y necesitados.
En la liturgia eucarística ofrecemos el pan y el vino con la fe y la esperanza de que se conviertan en «pan de vida» y «bebida de salvación». Esta esperanza se ha hecho realidad en Jesucristo, pero ha de hacerse realidad también en nuestras vidas. La colecta que se realiza en este momento puede ser ocasión para compartir algo de lo nuestro con los necesitados, pero debe ser ante todo un gesto que nos estimule a replantearnos nuestro nivel de vida y una mayor comunicación de nuestros bienes.
La plegaria eucarística
En la «plegaria eucarística» hacemos memoria de Jesús y de su gesto de entrega radical: «Este es mi cuerpo, que será entregado», «Esta es mi sangre, que será derramada». El núcleo de la eucaristía lo constituye esta donación de Jesús, cuyo compromiso con los últimos, los pecadores y los humillados fue tan concreto e incondicional que vio comprometida su propia vida.
Precisamente por eso se pide en la «plegaria eucarística» la acción del Espíritu para que transforme a la comunidad: para que «nos congregue en la unidad» (Plegaria II), arrancándonos de la insolidaridad; para que haga de nosotros «ofrenda permanente» (Plegaria III), liberándonos del egoísmo acaparador; para que seamos «víctima viva para la alabanza» del Padre (Plegaria IV) y no crucificadores de nuestros hermanos.
La Plegaria Vb (Jesús, nuestro camino) se expresa en estos términos tan significativos: «Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado; ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando».
La comunión
La comunión queda vacía de contenido si no es exigencia concreta de amor y de justicia. El rito comienza con la oración del Padrenuestro, recomendada por Jesús. Toda la comunidad invoca a Dios como Padre desde una actitud de fraternidad y reconciliación, pidiendo a Dios la venida del reino y la realización de su voluntad entre los hombres. Por eso pedimos no bienestar para nosotros, sino el pan de cada día para todos. Desde esta actitud fraterna nos acercamos a recibir al Señor.
Levantarnos de nuestro lugar, acercarnos a compartir el mismo pan y comulgar todos con el mismo Señor es un gesto vacío si no expresa nuestra voluntad de construir una «humanidad nueva» más justa y reconciliada.