La pasión de Jesús: el Reino de Dios
Jesús no es un escriba ni un sacerdote del templo de Jerusalén. No se dedica a enseñar doctrina religiosa ni a explicar la Ley de Moisés. Jesús es un profeta itinerante, oriundo de Galilea, que anuncia un acontecimiento que pide ser escuchado y atendido pues puede cambiar la historia del ser humano.
Así resume Marcos su actividad. Jesús recorría Galilea anunciando la Buena Noticia de Dios y decía así: «El reino de Dios está cerca. Cambiad de manera de pensar y de actuar, y creed en esta Buena Noticia» (Marcos 1,15). Esto que Jesús llama reino de Dios es el corazón de su mensaje y la pasión que animó toda su vida.
Lo sorprendente es que Jesús nunca explica qué es el reino de Dios. Lo que hace es sugerir con su vida y con sus parábolas cómo actúa Dios y cómo sería el mundo si sus hijos e hijas actuaran como el Padre del cielo. Podemos decir que Jesús solo buscaba una cosa: que hubiera en la tierra hombres y mujeres que comenzaran a actuar como actúa Dios. Esta era su obsesión: ¿cómo sería la vida si la gente se pareciera más a Dios?
Esto nos obliga a hacernos no pocas preguntas:
- ¿Cómo actúa Dios?
- ¿Cómo actuaba su Hijo Jesús?
- ¿Qué era lo importante para él?
- ¿Qué significa actuar como el Padre del cielo siguiendo los pasos de Jesús?
Dios es compasivo
Jesús no habla nunca de un Dios indiferente o lejano, olvidado del sufrimiento de sus hijos e hijas o interesado solo por su honor, su gloria o sus derechos. En el centro de su experiencia religiosa no nos encontramos con un Dios “legislador” que trata de gobernar el mundo por medio de leyes, ni con un Dios “justiciero” que interviene airado para castigar el pecado de sus hijos e hijas.
Para Jesús, Dios es compasión. Tiene entrañas maternales (rahamim). La compasión es el modo de ser de Dios, su primera reacción ante sus criaturas, su manera de mirar al mundo y de tratar a las personas. Dios actúa movido por su compasión. Dios siente hacia sus criaturas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en sus entrañas. Las parábolas más bellas que salieron de labios de Jesús y, sin duda, las que más trabajó en su corazón, fueron las que narró para hacer intuir a todos la compasión sorprendente de Dios hacia sus hijos e hijas. Solo recordaremos dos.
La más cautivadora es, tal vez, la del padre bueno (Lucas 15,11-32). Dios se parece a un padre que no se guarda para sí su herencia, no vive obsesionado por la moralidad de sus hijos, espera siempre a los perdidos. «Estando todavía lejos» ve llegar al hijo que lo había abandonado y se le «conmueven las entrañas»: echa a correr, lo abraza y lo besa efusivamente como una madre, interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones y le restaura como hijo. Para Jesús, esta es la mejor metáfora de Dios: un padre conmovido hasta sus entrañas que acoge a sus hijos perdidos y suplica a sus hermanos que los acojan con el mismo cariño y comprensión. ¿Será esto el reino de Dios?
Jesús pronunció también otra parábola sorprendente y provocativa (Mateo 20,1-15). Dios se parece al propietario bueno de una viña que contrató obreros para trabajarla, a diferentes horas del día. Sin embargo, al final de la jornada, no les pagó según el trabajo realizado. A todos les dio un denario, es decir, lo que necesitaba una familia de Galilea para vivir un día. Ante las protestas de los que se sienten perjudicados, el señor de la viña responde con estas sorprendentes palabras: «¿Tenéis que ver con malos ojos que yo sea bueno?». Según Jesús, Dios no juzga la vida de las personas con los criterios que nosotros empleamos. El Padre del cielo es bueno y compasivo. ¿Será verdad que, desde sus entrañas de misericordia, Dios, más que fijarse en nuestros méritos, está siempre mirando cómo responder a nuestras necesidades?
Es la urgencia primera, sentir nuestra limitación, reconocer el error y experimentar el abrazo del Padre, que aguarda siempre, espera nuestro retorno.
¡Qué mejor talento o carisma que el amor y la misericordia!, poder cubrir la carencia y necesidad de quien pide, llama a la puerta de nuestro corazón.
Hemos de colaborar, dejando a un lado la rivalidad que trata de interceptar el encuentro con la misericordia, como si fuéramos «el hermano mayor», creyendo que tenemos más mérito y más derechos.
Hay que dejar el trato de favor, los privilegios, el protagonísmo excluyente, para que penetre en el corazón de cada hombre y mujer, la Misericordia de Dios.
No habrá salario ni precio, ni moneda de cambio, ni títulos, que puedan comprar el Amor del Padre, don gratuíto para todos.
Nosotros, seguidores de Jesús, debemos hacer que germine la Vida y la Creación entera, ser colaboradores en la construción de la Civilización del Amor.
Tarea árdua, exige coherencia y compromiso con la Palabra. ¿Cómo?
Jesús nos da la respuesta:
«SED COMPASIVOS COMO EL PADRE ES COMPASIVO».
No hay «rebajas ni oportunidades, gangas ni regateos».
Dios bueno, sabe de nuestro esfuerzo, nuestros anhelos y esperanzas. Hemos de hacer el bien, sin compararnos ni tratar de emular al otro.
En la «Viña» del Señor, todos y todas tenemos cabida, somos llamados a hacerla fecunda, en el AMOR Y LA MISERICORDIA vivida y compartida.
Miren Josune.
Hace ya tiempo que no sentía que la Vida es Misericordia y Amor
Gracias Jesús por tu ejemplo, sin duda me animan en esta Cuaresma a ir mas a fondo