El olvido del Espíritu
Sin el Espíritu, Dios se ausenta, Jesús queda lejos como un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta, la Iglesia se queda en pura organización, la esperanza es reemplazada por la institución, la misión se reduce a propaganda, la liturgia se congela, la audacia evangelizadora desaparece…
Sin el Espíritu, las puertas de la Iglesia se cierran, los carismas se extinguen, la comunión se resquebraja, el pueblo y la jerarquía se separan, la comunión se debilita, el debate fraterno es sustituido por la polémica o la mutua ignorancia, se produce un divorcio entre teología y espiritualidad, la catequesis se hace adoctrinamiento, la autoridad se degrada en dictadura, la vida cristiana en moral de esclavos, la libertad de los hijos de Dios se asfixia, surge la indiferencia o el fanatismo, y la vida de la Iglesia se apaga en la mediocridad.
No basta con reconocer la propia mediocridad espiritual. Es necesario reaccionar para no seguir apagando el Espíritu del Resucitado. Abrir el oído para escuchar lo que hoy nos está diciendo. Por eso, hemos de hacer sitio al Espíritu en medio de la Iglesia de nuestros días. Entender y vivir el momento actual como un proceso en el que lo importante es preguntarnos qué estamos sembrando y de dónde esperamos recoger el fruto correspondiente.
Conversión a Jesucristo como único Señor
El primer servicio del Espíritu a la Iglesia es el volverla hacia Jesucristo: abrirla a su palabra y a su acción; mantenerla en comunión con él. Concretamente, el Espíritu conduce a los creyentes a confesar que “Jesús es el Señor” (1 Corintios 12,3). Una Iglesia animada por el Espíritu no puede servir a otro señor que no sea Jesús, el Cristo. La Iglesia de Jesucristo es una comunidad de hermanos y hermanas que busca ser fiel a su único Señor.
El Espíritu nos remite, no a un sistema doctrinal, a una teoría teológica o a un código de leyes, sino a la persona viva de Jesucristo, a su mensaje y a su proyecto humanizador del reino de Dios.
El Espíritu no tiene otro mensaje diferente al de Jesús. Él nos “enseña y recuerda” lo que Jesús ha dicho a sus discípulos (Juan 14,26); pero lo hace dinamizando y actualizando su palabra y su vida. Es decir, el Espíritu de Cristo resucitado infunde en nosotros la fuerza creativa necesaria para que escuchemos la actuación y el mensaje de Jesús extrayendo sus exigencias y sus promesas para los problemas, conflictos y contradicciones de nuestros tiempos; y la actuación y el mensaje de Jesús nos proporcionan la claridad y concreción suficientes para no confundir el Espíritu con cualquier cosa.
El Espíritu llama, dirige y conduce siempre hacia Cristo crucificado. En el Crucificado está la plenitud de la verdad. Por eso, en cualquier situación conflictiva hemos de preguntarnos si estamos siguiendo de cerca al Crucificado o nos estamos alejando de él.
Ignorar a los mártires de hoy, rehuir la crucifixión, eludir los conflictos para evitar la cruz, pueden ser signos claros de poca fidelidad al Espíritu.