Queridos amigos y amigas de Grupos de Jesús:
Reproducimos una entrevista que la revista 21rs hizo a José Antonio Pagola en el año 2010. La publicamos en dos partes: en la primera se enfatiza la necesidad de entrar en un proceso de conversión eclesial volviendo a la esencial; en la segunda parte, se apuntan algunos caminos por dónde andar ese cambio a Jesús y al Evangelio en nuestra sociedad actual.
Han pasado ya seis años de esa entrevista pero, como veréis enseguida, sigue siendo de rabiosa actualidad. Esperamos que nos ayude a renovar nuestro empeño en compartir como Grupos de Jesús este proceso de transformación de nuestra mente, nuestro corazón y nuestra vida al estilo de Jesús.
(Segunda parte)
P/ ¿Es posible poner más verdad en el cristianismo actual?
R/ No hemos de tener miedo a poner nombre a nuestros pecados. No se trata de echarnos las culpas unos a otros. Lo que necesitamos es reconocer el pecado actual de la Iglesia, del que todos somos más o menos responsables, sobre todo con nuestra omisión, pasividad o mediocridad. Ha sido una pena que hayamos entrado en el siglo XXI celebrando solemnes jubileos y sin promover una revisión honesta de nuestro seguimiento a Jesús. A veces, me sorprende nuestra agudeza para ver el pecado en la sociedad moderna y nuestra ceguera para verlo en nuestra Iglesia.
¿Qué nos exige esto? Buscar una calidad nueva en nuestra relación con Jesús. Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera abstracta, un Jesús mudo del que no se escucha nada de interés para el mundo de hoy, un Jesús apagado que no seduce, que no llama ni toca los corazones…, es una Iglesia que corre el riesgo de irse apagando, envejeciendo y olvidando. Le da mucha importancia a poner en el centro de las comunidades cristianas el relato evangélico.
P/ ¿Por qué?
R/ Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Lo que en ellos se recoge es el impacto causado por Jesús en los primeros que se sintieron atraídos por él. Son «relatos de conversión». En esta actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y el seno de cada comunidad.
P/ ¿Qué nos enseña el relato evangélico?
R/ El estilo de vida de Jesús: su manera de ser, de amar, de preocuparse por el ser humano, de aliviar el sufrimiento, de confiar en el Padre. Este esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús debería estar en el centro de las comunidades.
P/ ¿Tendríamos que repensar la Iglesia al estilo de Bonhoeffer, menos institución y más disuelta en la masa?
R/ La tentación más grave de la Iglesia actual es fortalecer la institución, endurecer la disciplina, conservar de manera rígida la tradición, levantar barreras… Se me hace difícil reconocer en todo esto el Espíritu de Jesús que nos sigue invitando a poner «el vino nuevo en odres nuevos». El restauracionismo puede llevarnos a hacer una religión del pasado, cada vez más anacrónica y menos significativa para el hombre y la mujer de hoy.
Se habla del peligro de convertirnos en un islote dentro de la sociedad moderna. Tenemos que aprender a vivir en minoría, no de manera dominante y hegemónica, sino compartiendo con otros la condición de perdedores en esta sociedad. A muchos la Iglesia se les presenta hoy como una institución lejana que solo parece enseñar, juzgar y condenar. El hombre moderno en crisis necesita conocer una Iglesia cercana y amiga, que sepa acoger, escuchar y acompañar.
P/ ¿Y en qué dirección tendrían que cambiar nuestros lenguajes y modos de transmisión de la fe?
R/ Sé que el lenguaje teológico y doctrinal es absolutamente indispensable para dialogar con el pensamiento moderno, pero creo que es un error tratar de iniciar a la fe o alimentarla, dando primacía a la exposición doctrinal, explicada casi siempre en categorías premodernas. A mi juicio, hemos de recuperar y dar más relevancia a la experiencia fundante que vivieron junto a Jesús los primeros discípulos, y, sobre todo, a la enseñanza de su estilo de vida.
Hemos de aprender a creer desde la sensibilidad, la inteligencia y la libertad de nuestra cultura contemporánea: poner el Evangelio en contacto con las preguntas, miedos, aspiraciones, contradicciones, sufrimientos y gozos de nuestros tiempos.
R/ ¿Es posible mirar hacia el futuro de la Iglesia con esperanza?
R/ Lo primero es construir nuevas bases que hagan posible la esperanza. Hemos de aprender a despedir lo que ya no evangeliza ni abre caminos al reino de Dios, para estar más atentos a lo que nace, lo que abre hoy con más facilidad los corazones a la Buena Noticia.
Al mismo tiempo, hemos de impulsar la creatividad para experimentar nuevas formas y lenguajes de evangelización, nuevas propuestas de diálogo con gentes alejadas, espacios nuevos de responsabilidad de la mujer, celebraciones desde una sensibilidad más evangélica…
Creo que hemos de dedicar más tiempo, oración, escucha del evangelio y energías a descubrir llamadas y carismas nuevos para comunicar hoy la experiencia de Jesús.
LA FE SIN OBRAS, ESTÁ MUERTA.
El ser humano necesita que las obras propias y también ajenas, le muestren el verdadero rostro de la Misericordia, a través de los gestos de amor que brotan de la compasión.
No se trata de afianzar nuestra fe en base a «adherencias» que hemos podido crear, tampoco a conveniencias oportunas que ponen como prioridad nuestros intereses, en detrimento del bien justo y digno del prójimo.
Mi fe me ha de interpelar, no ha de mantenerse estática en una convicción y principio de gracia, como don recibido de Dios para mi salvación.
¡Creo Señor, pero aumenta mi fe!
Creer es hacer verdad el Amor de Dios. Cuando pedimos al Señor Jesús que aumente nuestra fe, le estamos diciendo que nos haga vivir con mayor compromiso y coherencia su mandamiento de Amor.
Vivir con la mirada puesta en el ser humano que nos necesita y llama a la «puerta» de nuestro corazón, nos insta a salir fuera, acercarnos al «santuario» del hombre, y descubrir en él, la imagen y presencia de Dios.
La adherencia que más daño nos causa, la que más heridas y sufrimiento provoca, es aquella que muestra la indiferencia por el ser humano.
Nadie quisiera tener que pedir, llorar el abandono y soledad; a nadie le agrada el rechazo y las puertas cerradas que impiden hacer el bien y ayudar a vivir desde la Misericordia de Dios.
No hay nada que cree mayor dependencia y esclavitud, que ignorar el sufrimiento ajeno.
Porque, ¿qué alegría y gozo se puede tener, si hemos negado al otro, la parte de reconocimiento y Amor que le corresponde?
Y aún más grave: ¿quién puede recibir la Eucaristía que es ante todo, comunión y unidad en el Amor? El mismo Jesús que se ofrece por todos y cada uno de nosotros, contempla la mentira al ver que estamos «divididos» y «enfrentados», sintiéndonos unos de otros adversarios y rivales.
«Ama y haz lo que quieras»
Esta y no otra ha de ser nuestra actitud. A medida que los gestos de Misericordia y amor, se van haciendo realidad, descubrimos, no únicamente el bien que el otro percibe y experimenta, sino que somos más libres.
Es la libertad que nos libera de condicionamientos y prejuicios, miedos e inseguridad, la libertad que el Espíritu del Amor, mueve a las obras, mostrando cómo nos ama Dios.
Ningún hombre y mujer podrán ver el «rostro» de Dios, sino es a través de los otros.
Jesús, Profeta del tiempo que le tocó vivir, tuvo siempre claro y transparente, que para ser fiel al Padre, debía él mostrar a los hombres el «rostro» de Dios.
«Si no creéis en mí, creed en mis obras». No fueron palabras para «evadirse» y acallar las voces en contra de su mensaje.
«Mis palabras no las digo por mí, sino porque el Padre me las ha revelado».
A veces resulta complejo ver las realidades ajenas, su necesidad. Mucho más arduo nos puede parecer, hacer un discernimiento honesto y responder a cuanto sabemos agrada a Dios y es su voluntad. Vivimos rodeados de tantas voces, opiniones, tantas presiones sobre nuestra vida, que preferimos aislarnos en la ensoñación indiferente, pensar que nada podemos hacer por cambiar el curso de la vida y sus avatares.
Sin duda, esta actitud no lleva a ninguna parte, ni abre un camino a la Esperanza. El sufrimiento y males que nos afligen, perduran en el tiempo, no hacen otra cosa que incubar un «virus» nocivo; tarde o temprano sus efectos se extenderán, como la marea que invade el paisaje y borra tras de sí, la huella de nuestro caminar por la vida.
No es una visión alarmante y catastrofista, pero sí, necesaria para cambiar nuestra mirada y ya, desde ahora, tenernos más en cuenta unos a otros.
Si, es posible responder, con la fuerza y convicción de las obras,sus gestos hablan sin palabras, son más elocuentes que todas las buenas intenciones y deseos.
Creo Señor, y quiero ser digna de tu Amor, trabajar por tu Reino. Levantar mi vida cada día y abrir mi corazón, para que entres tú y avives «las brasas encendidas».
La Humanidad sufriente, no debe esperar más. Cada cristiano ha de poner su pequeña «semilla», hacerla fecundar con paciencia, en cada ser humano que llame y pida un gesto de Misericordia.
No dejar a nadie fuera, solo-a y abandonado a su «suerte».
El «silencio» pasivo de la fe, es un insulto a Dios y atentado hacia el ser humano. Es cuando menos, vivir en un «infierno» de buenas intenciones.
La semilla es para crecer, sirve para desarrollarse y convertirse en fruto provechoso. No hemos de permitir a nadie que «invada» la «buena tierra», la de todo aquél que esté dispuesto a acoger la semilla del Reino.
La tierra es para trabajarla, para cuidarla con «amor de madre», sólo así haremos fecunda la Buena Noticia, la que Jesús nos ofrece como regalo y don para nuestra salvación.
No seamos «depredadores-as» de los carismas que el Espíritu da a cada hombre y mujer. Todos son singulares y muchos diferentes, sin embargo, están llamados a conformar el grande y luminoso «puzzle» del Amor y la Misericordia.
A las puertas del Adviento, será bueno encontrar espacios de silencio, dejar que el corazón se abra, al anuncio de una NOTICIA buena y sorprendente: «el Señor viene… viene siempre».
Miren Josune