UNA SOCIEDAD NECESITADA DE LA EXPERIENCIA DE DIOS
Pragmatismo demoledor
El desarrollo de la ciencia moderna y de la técnica ha introducido un modo de ser y de pensar que solo atiende a la eficacia, el rendimiento y la productividad. Cada vez parece interesar menos lo que tenga algo que ver con el sentido último de la existencia, el destino del ser humano, el misterio del cosmos o lo sagrado. Sin embargo, hay un número creciente de personas que, cansadas de vivir una vida tan «rebajada», buscan algo diferente. Es difícil vivir una vida que no apunta a ninguna meta. El ser humano está hecho también para cultivar el espíritu, acoger el misterio y experimentar el gozo interior.
Racionalismo reductor
Se piensa que con la fuerza de la razón el hombre será capaz de resolver los problemas de la existencia. La fe en Dios queda descalificada de raíz como una postura ingenua y primitiva. Sin embargo, hace tiempo que los científicos más prestigiosos afirman que la razón no puede responder a todos los interrogantes y anhelos del ser humano.
Por otra parte se va tomando conciencia de que la pretensión «racionalista» de que solo existe lo que el hombre puede conocer científicamente no se basa en ningún análisis científico de la realidad. Ciencia y religión no se excluyen.
Sin núcleo interior
Uno de los frutos más lamentables del estilo de vida moderno es la degradación de la vida interior. Hay quienes la consideran algo perfectamente inútil y superfluo. Unos construyen solamente su fachada exterior, pero por dentro están inmensamente vacíos. Otros construyen su identidad de manera falsa: desarrollan un «yo» fuerte y poderoso, pero inauténtico. Hay también quienes construyen su persona de manera parcial e incompleta: atentos solo a un aspecto de su vida, descuidan dimensiones importantes de la existencia.
Para crecer, el ser humano necesita adentrarse en su propio misterio y llegar al corazón de su vida, allí donde es únicamente él mismo.
El sometimiento a la sociedad
El estilo de vida impuesto por la sociedad moderna tiende a apartar de lo esencial, impide a las personas descubrir y cultivar lo que son en potencia, no les deja llegar a ser ellas mismas, bloquea la expansión libre y plena de su ser.
Los resultados son deplorables. El hombre contemporáneo es cada vez más indiferente a «lo importante» de la vida: apenas le interesan las grandes cuestiones de la existencia. No tiene certezas firmes ni convicciones profundas. Se trata, al mismo tiempo, de un hombre cada vez más hedonista. Solo busca organizarse de la manera más placentera posible: aprovecharse, disfrutar de la vida y sacarle el máximo jugo.
Va naciendo así un ser humano «radicalmente irresponsable», perfectamente adaptado a los patrones de vida que se le imponen desde fuera, pero incapaz de enfrentarse a su propia existencia desde sus raíces.
La crisis de esperanza
La falta de esperanza se manifiesta a veces en una pérdida de confianza. Las personas no esperan ya gran cosa de la vida, de la sociedad, de los demás. La desesperanza viene otras veces acompañada de la tristeza interior. Desaparece la alegría de vivir. Nada merece la pena. A veces la falta de esperanza se manifiesta sencillamente en cansancio. La vida se convierte en una carga pesada, difícil de llevar. Falta empuje y entusiasmo.
Necesidad de salvación
Para muchos está cada vez más claro que el ser humano no puede darse a sí mismo la «salvación» que anda buscando. Pero ¿dónde encontrar esa salvación? Consciente o inconscientemente, los hombres y mujeres de hoy parecen reclamar algo que no es técnica, ni ciencia, ni doctrina religiosa, sino experiencia viva del que es la Fuente del ser y el Salvador de la criatura humana. Pero ¿quién les puede mostrar el camino acertado y señalar la dirección buena?, ¿quién les puede ayudar a descubrir esa verdad interior que es la que realmente libera y hace vivir?
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA
2. Anunciar a Dios como buena noticia, capítulo 4