ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO – III
Invitados a luchar por la vida
Los primeros discípulos experimentan la resurrección de Jesús como la reacción y protesta de Dios contra un mundo de injusticia y violación de la dignidad humana. El Dios que resucita a Jesús es un Dios que pone vida donde los hombres ponen muerte. «Vosotros lo matasteis […] pero Dios lo resucitó» (Hechos 2,23-24).
Vivir la dinámica de la resurrección es amar la vida, vivirla hasta su última hondura y verdad, construirla día a día en el horizonte de esa Vida definitiva que se nos desvela en el Resucitado.
Más en concreto, la dinámica de la resurrección exige poner vida donde otros ponen muerte. Esta «pasión por la vida» impulsa al creyente a hacerse presente allí donde se produce muerte, para luchar contra todo lo que daña y mata la vida.
Dios no ha resucitado al representante de Roma ni al sumo sacerdote del Templo, no ha resucitado a un terrateniente de Galilea ni a un aristócrata saduceo. Ha resucitado al Crucificado. Esto significa que su resurrección ha sido la reacción de Dios ante la injusticia de los que matan la vida.
Por eso la resurrección de Jesús es esperanza, en primer lugar para los que siguen al Crucificado. No le espera resurrección a cualquier vida, sino a una existencia vivida con su espíritu. Caminamos hacia la resurrección final en Cristo cuando nuestro vivir diario no es evasión de los sufrimientos ajenos, sino entrega servicial a los que sufren; cuando nuestra vida no es absentismo egoísta, sino defensa de los últimos.
Llamados a evangelizar
Los discípulos viven su encuentro con el Resucitado como una llamada a anunciar esa Buena Noticia a todo el mundo. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación» (Marcos 16,15). Pero lo que han de comunicar los discípulos no es primordialmente una doctrina religiosa o un sistema moral, sino ante todo su propia experiencia: lo que «ellos han visto», «lo que les ha pasado en el camino». La experiencia gozosa de algo que puede poner una esperanza nueva en la vida del ser humano.
Siempre hay una llamada personal que nos llega a cada uno del Resucitado. Cuando acontece ese encuentro personal con el Resucitado, algo se conmueve dentro de nosotros, se despierta la seducción por él y nos sentimos impulsados a proseguir hoy esa acción liberadora y salvadora que se inició con Jesucristo, muerto por los hombres, pero resucitado por Dios.
El que vive de Cristo resucitado se convierte entonces en «buena noticia» para todos los que encuentra en su camino. Con su palabra y sus gestos, con su acción y su pasión, va anunciando a todos la esperanza del Resucitado: todos aquellos que trabajan por ser cada día más humanos, un día lo serán; todos los que luchan por construir un mundo más justo y humano, un día lo conocerán; todos los que, de alguna manera, hayan creído en Jesucristo y hayan vivido de su Espíritu, un día sabrán lo que es la vida nueva.